Parchís
Perdí la partida de parchís y el suelo del salón se abrió como la boca de un hipopótamo.
- ¡Te comí la última ficha que te quedaba! -Dijo la niña mientras abría la boca y profería una sonrisa de oreja a oreja.
Al mismo tiempo, el suelo del salón comenzaba a masticar mis extremidades inferiores.
- ¿No crees que te tomas demasiado en serio este juego? -Preguntaba yo en el momento justo en que los premolares del suelo llegaban a mi cintura.
- ¡Ea, ya estarás contenta! ¡Me dejaste sin piernas!
- ¡Venga, si quieres jugamos otra partidita!
Al pronunciar las últimas palabras, el suelo aligeró la presión que ejercía ya sobre mis caderas y dejó de comerme vivo. Eso permitió que con la ayuda de mis brazos pudiese arrastrarme hasta una silla que todavía permanecía al otro lado de la mesa. Con mucha dificultad me encaramé a ella y, cuando al fin lo conseguí, la niña me miró a los ojos como solamente ella sabe mirar y me dijo:
- ¿Qué? ¿Otra partida?
- Vale, pero esta vez a la Oca.
Y entonces, el suelo del salón se transformó en un torrente de aguas amenazadoras que terminaba en una gran catarata.
- Por mí vale, pero papá, ten cuidado con los puentes, no vaya a ser que te acabe levando la corriente.
Y es que desde hace algún tiempo estoy empezando a pensar que hay algo raro dentro de la cabeza de mi hija.