12'00. ¡Vámonos a la Feria! Y comenzamos el ritual del vestido: traje de gitana -colores vivos y lunares-, abalorios varios, peinados inestables, peinetillas, orquillas, zarcillos... Las niñas están hechas un amor, preciosas. Ya son las 13'00, aproximadamente, que el tiempo en Feria es todavía más relativo.
13'00. ¿Cómo vamos a la Feria? Pues en taxi, claro está. El Caboclo asume sus fuciones de cabeza de familia y llama al radio-taxi. Comunica. Llama a Radio-Taxi Giralda. Comunica. Llama a Tele-Taxi. Comunica. Vuelve a hacer otra ronda de llamadas. Comunican todos. Llama y llama y llama. Siempre comunica. Las niñas lloran: ¿No vamos a poder ir a la Feria, Papá? Vuelta a llamar. ¿Cómo es posible que ni siquiera cojan el teléfono? La situación familiar se hace casi insostenible. Es momento de decisiones heroicas. ¡Nos vamos en el coche!
14'00. Después de una hora de intentos telefónicos frustrados, la familia (tres niñas, madre y padre) se monta en su coche e inicia la aventura. Para darle un poquito de ambiente, se entonan sevillanas:
Sueña la margaritaaaa con ser romerooooo.
14'00-15'30. Tremendo atasco. Ausencia de aparcamiento. La aventura parece destinada al fracaso y a una vuelta humillante a los cuarteles de invierno. No es posible luchar contra la adversidad. Los ánimos están bajo mínimos, lo que es mucho más terrible en el caso de las hijas: ¿No vamos a ir a la Feria entonces, Papá?
15'40. Una luz. Un río de coches y las obligaciones de la circulación callejera llevan la nave del Caboclo hasta el aparcamiento P-1. Hay un lugar bajo el sol -32 grados, por cierto-, hay esperanza. No sabemos si la margarita conseguirá ser romero, pero al menos parece que podrá tornarse en clavel reventón por unas horas. ¡La Feria, la Feria!, chillan las hijas del caboclo, preciosas ellas.
15'40-16'10. Desembarco: niñas. sillita, bolsa de biberones, cámara de fotos, mantoncillos. Caminamos entre la multitud y entre el ruido. No es precisamente travesía del desierto. El Caboclo recuerda una sevillana de otros tiempos:
¿Y la Feria que será? Mucha gente, mucha gente, mucha gente y nada más. Las niñas quieren que les compremos todo: muñecas, peluches, turrón. El Caboclo quiere ir a las barracas, pero aun no es el momento; quizás más adelante.
16'10. Por fin en la caseta, pero no son aguas tranquilas. El espacio revienta en gente. Menos mal que nos han guardado un sitio para soltar la impedimenta. A comer y a beber: cervecita, zumo, boquerones fritos, tortilla de patatas, chocos, garbanzos con bacalao, más cerveza, otra más, y otra. ¡Qué rica está la cerveza fría, fría, fría! Néctar de los dioses.
19'30, o algo así. Después de consumidas al menos cinco cervezas y un par de jarras de rebujito (gloriosa mezcla sevillana de manzanilla -vino, no infusión-, Sprite o Seven Up y mucho hielo), la
caboclo family encamina sus vidas hacia el infierno, es decir, hacia los cacharritos. Nos esperan la noria gigante, los poneys pulgosos, los coches locos, el galeón, diferentes tipos de sube y vaja, mucho ruido (jo, esto va a parecerse a la canción del Sabina
¡Tanto ruido que al final...!).
19'45. Entramos en los dominios de la locura. La niñas, como son pequeñas las criaturitas, están lo que se dice acojonadas con tanta gente, ruido y
polvarea (que así llamamos por aquí al polvo en suspensión que te impide respirar y provoca que estés echando durante unos cuantos días unos mocos amarillos la mar de sospechosos). En el camino de descenso a los infiernos he escuchado en una caseta a grupito cantándose a Espronceda a ritmo de rumbita flamenca. Todavía no salgo de mi asombro. ¿Se imaginan La canción del pirata? Ahí no quedó la cosa, después se atrevieron con ese fragmentillo del Tenorio:
¿No es verdad, ángel de amor, ...? Para que después digan que la
literatura no sirve para nada.
20'30. El miedo puede a las niñas, y el cansancio, supongo, y la hartura... y el ruido. Nos volvemos a casa. ¡Hallellujah, Dios es grande en el Sinaí! Pero antes hay que comprar: dos barbies, dos nubes de algodón dulce y rosa, dos bolsas de barquillos y dos rajitas de coco para la cabocla y el caboclo. Me gusta el coco. Fresquito, crujiente, blanco, blanco, blanco.
20'40. Al llegar al coche el ruido ya es solamente recuerdo casi soñado. Una vez cerradas las puertas es un auténtico remanso de paz. Las piernas descansan, y la espalda. Solamente tengo una pena: no he encontrado las barracas de la mujer borrega o del monstruo de la naturaleza o de algo por el estilo. Llegamos a casa relativamente rápìdos. Son las 21'30 y anochece.
22'55. Me dicen que el sábado vovemos a la Feria. ¡Arza, arriquitáun!